Miedo urbano, miedo ambiente¿Hasta qué punto las tragedias urbanas, que evidencian causas imposibles de homogeneizar, son utilizadas para sostener un discurso de rechazo al diferente? Por Américo Schvartzman, de la redacción de El Miércoles Digital
¿Hay un uso instrumental de las tragedias cotidianas? El repaso atento del abordaje mediático de casos como el de la familia Pomar, los de las "muertes nuestras de cada día" por tevé o el doble homicidio que conmovió a Concepción del Uruguay, contribuye a formular una respuesta afirmativa, en la que subyacen otros abordajes menos superficiales. ¿Hasta qué punto cada uno de estos hechos, que poseen explicaciones causales diversas (casi imposibles de homogeneizar) son utilizados para sostener un discurso unívoco que propone a la sociedad el rechazo a la "otredad", al diferente, al "extraño", al "indigno de nuestra confianza"?
Las ciudades tuvieron su origen en la necesidad de proteger el "adentro" de un "afuera" del que provenían todas las amenazas, agresiones, saqueos, muerte y terror. La burguesía naciente estructuraba su cosmovisión desde la triple aspiración de "libertad, propiedad y seguridad", y los muros de las ciudades eran el símbolo de la protección ante el "otro". Estructuradas sobre la desigualdad (la triple aspiración no era para todos, no era universal), en ellas el "otro" era peligroso, estaba afuera y allí debía seguir estando. Levi-Strauss hablaba de estrategias de expulsión de la otredad (estrategias antropoémicas) y de fagocitación del diferente (estrategias antropofágicas). La ciudad cumplía ambas: impedía o expulsaba al "otro" peligroso y devoraba al "extraño" aceptable, que dejaba de ser tal al precio de abandonar sus conductas más "extrañas".
Pero en la modernidad-mundo (el concepto con el que ciertos antropólogos proponen estudiar los procesos sociales en el marco de la globalización de la economía y la mundialización de la cultura) las cosas son diferentes. El "miedo ambiente" es la expresión con la que Zigmunt Bauman hace referencia al viraje del protector ambiente urbano hacia la ciudad actual, en donde el choque con el "otro", con el "extraño", es frecuente e inevitable. En la cosmovisión moderna de la desigualdad, el "otro" está adentro. Razón suficiente para que las estrategias ("émicas" o "fágicas") busquen nuevas tácticas (de allí, según Bauman, el surgimiento de los "no-lugares").
Uno de los ejes del racialismo (la justificación doctrinal de las conductas racistas) consiste en señalar rasgos externos a la "otredad", atribuir características visibles o identificables, que permiten establecer una categorización del otro, "incluirlo" en un grupo para "excluirlo" de la comunidad. Ese racialismo echa mano del pensamiento estereotipado, una de las más acabadas expresiones del prejuicio: por una operación patológica de simplificación, se atribuye el mismo carácter a todos los miembros de un mismo universo aparente. Entonces, todos los villeros son chorros; todos los rockeros son drogadictos; todos los "dark" son peligrosos, etcétera. A lo largo de la historia de la humanidad este pensamiento "operó" socialmente desde el poder (e incluso legitimó invasiones, guerras y procesos "civilizatorios"), a veces con un matiz "cientificista" pretendiendo justificar (y hasta explicar la historia) en base a los "conflictos y armonías entre las razas".
Para algunos autores, en la actualidad se verifica una "racialización de las relaciones de clase" que expresa una nueva operación de este mismo pensamiento patológico. El término "raza" carece en la actualidad de cualquier sustentabilidad científica, pero sigue operando socialmente. El peligro no es ya el "extranjero" (o al menos no todo extranjero) sino más bien el "extraño", en términos de pertenencia social. En rápida síntesis, señalan que existen fuertes relaciones entre los procesos de discriminación, exclusión y racismo y la estructura de clases; así, está claro para esos autores que la explicación exclusivamente en términos de clase es insuficiente para dar cuenta de la complejidad de situaciones conflictivas en el interior de las sociedades.
Escapan a este análisis las razones de la manipulación informativa de las tragedias cotidianas (simple sensacionalismo, convicción conservadora o funcionalidad con los esquemas represivos predicados por la derecha social, preocupación de clase, etcétera) según los criterios de racialismo o de mirada de clase. Pero no pueden dejar de apuntarse algunos rasgos salientes que evidencian cómo operan esos criterios. Por mencionar tres:
- la instalación durante casi un mes de la desaparición de la familia Pomar como caso "heurístico" de inseguridad (refutada de modo terminante por el hallazgo del automóvil accidentado);
- la profusión de muertes en la televisión en las que se otorga máxima relevancia a la clase y status de la víctima cuando pertenecen a los grupos sociales menos desfavorecidos (jamás se cubren de ese modo las numerosas muertes en los grupos sociales subalternos, en las villas o barriadas del interior del interior);
- más cerca geográficamente, la insistencia de la jueza Calveyra al mencionar en declaraciones públicas en tres ocasiones que "la casa está en pleno centro de la ciudad y se trata de personas integrantes de familias muy conocidas", y que al tratarse del "centro", "todos podemos ser víctimas de un caso así" (revelando, a su pesar, en qué circunstancias la Justicia se preocupa por actuar con eficiencia: cuando la tragedia pasa tan cerca que puede sentirse en el rostro el movimiento del aire causado por el ramalazo).
En su momento, el asesinato de una persona cercana al entorno de Susana Giménez disparó una frasecita de la diva, que desentendida inocentemente de su rol de comunicadora, patentó el apotegma "hay que matar al que mata". Las circunstancias específicas de ese mismo caso, una vez esclarecido --de una causalidad particular, que en absoluto participaba de la problemática pública de la demanda de seguridad--, no alcanza a equiparar (ni rebatir, por supuesto) los amplísimos alcances de la "boutade" de la Giménez.
No hay casualidades, sino causalidades. Ningún gurí nace chorro. Ninguna vida vale más ni menos que otra. Ningún chico "dark" es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Conviene recordarlo en momentos de miedo ambiente y miedo urbano.
Referencias bibliográficas:Bauman, Z. Modernidad líquida. Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003Margulis, M. (editor). La segregación negada. Cultura y discriminación social. Editorial Biblos, Buenos Aires, 1999.Valiente, E. Cultura contemporánea. Untref, 2009.
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El mensaje de MAXIMO CHAPARRO Filósofo argentino
QUERIDAS AMIGAS, QUERIDOS AMIGOS:
24 de diciembre...además de los tradicionales saludos y deseos, que os mando, me permito dialogar conmigo mismo y compartirlo con Ustedes.
El Nacimiento del Verbo Eterno, en Belén, es un acontecimiento para engendrar nuevas relaciones del hombre consigo mismo, con los demas, con Dios-Padre, y con EL MUNDO, nuestra morada. SIN EMBARGO EL PLANETITA CRUJE POR TODOS SUS COSTADOS. ES UN LLANTO MUY HONDO, PUES NOS VAMOS HACIA LA DESTRUCCIÓN.
Terminó la reunión Cumbre de Conpenhague. ¿Y? ¿Y? Terrible. ¿Hacia donde vamos? En letra azul me permito copiarles una cita de Leonardo Boff sobre el tema.
Alegrémonos y celebremos El Nacimiento del Niño... pero ello nos compromete a ser coherentes para la liberación de los seres humanos y la dignificación del Mundo.
Un fraternal abrazo.
Máximo Chaparro
"No me vienen otras palabras al asistir al melancólico desenlace de la COP-15sobre el cambio climático en Copenhague. La humanidad ha penetrado en una zona de tiniebla y de horror. Estamos yendo hacia el desastre. Años de preparación, diez días de discusión, la presencia de los principales líderes políticos del mundo... no fueron suficientes para despejar la tiniebla mediante un acuerdo consensuado de reducción de gases de efecto invernadero que impidiera llegar a los dos grados Celsius. Sobrepasado ese nivel y rozando los tres grados, el clima ya no será controlable, y quedaríamos entregados a la lógica del caos destructivo, amenazando la biodiversidad y diezmando millones y millones de personas. El Presidente Lula, en su intervención en el día mismo de la clausura, el 18 de diciembre, fue el único que vino a decir la verdad: «Nos ha faltado inteligencia», porque los poderosos prefirieron negociar ventajas a salvar la vida de la Tierra y los seres humanos. Obama no aportó nada nuevo. Fue imperial, al imponer minuciosas condiciones a los pobres".
Separados por 20 años y un mes, ambos acontecimientos, la caída del Muro de Berlín y la Cumbre de Copenhague, están unidos casi como causa y efecto. El 9 de noviembre de 1989 se procedió a derrumbar el Muro de Berlín. Y, ante los ojos de un mundo necesitado de algo que todavía no ponía en palabras, aquel suceso tuvo consecuencias contrastantes. Se empezaba a poner fin a décadas de libertades avasalladas, persecuciones, cárcel y hasta muerte para quien pensara diferente. La caída del Muro era signo de la caída de la experiencia marxista. Su fracaso.
Pronto se comenzaron a reconstruir nacionalidades, familias, pueblos. Algunos pudieron simplemente cruzar una calle y así recomponer sus lazos afectivos. Surgieron también expectativas de cambios en la humanidad. Aunque por poco tiempo, emergieron sueños de paz universal, fin del hambre y la pobreza: un mundo para todos, una sola familia humana. Al fin nacieron las palabras para deseos tanto tiempo acallados.
La caída del Muro también significó un golpe duro para las utopías y para las ideologías, al abrir paso al pragmatismo político y económico. Y también la debilidad y la inconsistencia de los regímenes marxistas fueron leídas por algunos como un triunfo del capitalismo.Los hechos se encargaron de mostrar que muy pronto quedarían atrás los ideales de paz, justicia y de una sola gran familia humana.
La aparición en el escenario mundial de la arrogancia del neoliberalismo con aires triunfadores, en lugar de hacer del mundo una aldea global, ha procurado construir un gran mercado. Mejor dicho una gran boutique en la que sólo puede pasearse y comprar una reducida porción de la humanidad. El resto de la gran familia se reparte entre ferias populares, mercados para pobres. En el peor de los casos, revuelve entre las sobras y los residuos. Los fuertes han acordado pasar de la ética del trabajo a la estética del consumo.
El papa Benedicto XVI lo expresaba así en su encíclica: "La riqueza mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo el escándalo de las disparidades hirientes".
El modelo de vida no es "pienso, luego existo", sino "consumo, luego existo". Y surge el deseo desenfrenado de comprar-usar-tirar.Más que libertad de comercio hubo y hay hegemonía de los mercados. Para afianzar esta dinámica, se instituyeron los tratados de "libre" comercio (TLC), que buscaron más bien proteger al mercado interno de los EE.UU. y garantizar las ventas de los productos elaborados por sus empresas y las de vecinos amigos.
Esta hegemonía de mentalidad mercantilista que promueve el hiperconsumo de algunos y el hambre de inmensas mayorías ¿cómo se sostiene? Por una cultura hedonista y egoísta. El clima narcisista imperante introduce la indolencia ante el sufrimiento de muchos, mientras que el imperio de la injusticia es sostenido con la prepotencia del dinero.
En estas dos décadas, se ha expandido también un relativismo escéptico -que deriva en ironía y en nihilismo- y tirano: despótico, sordo y ciego, pero no mudo. La falta de cohesión social nos lleva por el tobogán de la fragmentación, que alienta la disgregación y el individualismo, mientras que casi sin darnos cuenta nos encierra en la soledad.
Pues bien: la hegemonía del neoliberalismo, la sobreproducción de artículos innecesarios ha llevado al uso de fuentes de energía más allá de lo sostenible. Toda actividad humana requiere de energía para desarrollarla y ella se obtiene actualmente sobre la base del petróleo y el desmonte, lo que se traduce en emisiones de gases de efecto invernadero (CO2 principalmente), y éstos en calentamiento terrestre.
El consumo exacerbado, casi lujurioso, se ha impuesto como único camino para sostener el "desarrollo" de los países occidentales del Norte.También aquí se percibe la brecha cada vez más profunda entre pueblos pobres y pueblos ricos. Queda esto graficado en los números de las Naciones Unidas: un 25% de la población mundial consume (devora) el 80% de los recursos naturales del planeta, muchos de los cuales son no-renovables. Pensemos en una humanidad que estuviera formada por mil habitantes, todos viviendo en un mismo barrio, tal cual lo grafica la imagen de la aldea global. Imaginemos ahora que hay mil platos de comida por día disponibles para la subsistencia de todos. ¿Cómo juzgaríamos si 250 habitantes se quedaran con 800 platos? ¿Cómo imaginamos que pueden sobrevivir los otros 750 habitantes con los 200 platos que quedan? ¿Cuánto pensamos que puede durar la paz en esa aldea?
Al estilo de vida de los 250 primeros es a lo que llamamos consumista y depredador. A la situación de los otros 750 la llamamos de varias maneras: algunos consumen medio plato, otros un cuarto y otros sólo migajas. ¿Vamos sin eufemismos? Pobreza, hambre, desnutrición, muerte. ¿No es esto, acaso, un muro de violencia?
El calentamiento terrestre es resultado de un modelo social, cultural y económico que ya no va más y estamos en el límite del agotamiento. Un científico lo expresaba con este ejemplo: el calentamiento de la tierra es como la fiebre del cuerpo, que nos advierte que una perturbación mayor del equilibrio interno está afectando la salud global; es decir, estamos enfermos.
La reciente crisis financiera y económica que provocó el derrumbe de los mercados internacionales, las empresas y los bancos no es un problema solamente de dinero. Es la crisis de un modelo sociocultural, económico, neoliberal y consumista que habrá que reemplazar por otro más racional, solidario y a medida humana, que incluya el cuidado de la creación entera.
Del 7 al 18 de diciembre en Copenhague se realizará la Cumbre del Clima. Es una conferencia mundial impulsada por Naciones Unidas. Allí se intentará firmar otro protocolo que reemplace al de Kyoto, que no llegó a ser suscripto por algunos países industrializados, supuestamente más desarrollados.
Esta cumbre constituye una nueva oportunidad para revertir o mitigar los efectos del cambio climático.Los estudios científicos son indiscutibles. Hay que hacer algo para detener el proceso. Los efectos negativos del cambio climático son sufridos por los países más pobres del planeta, aunque su origen es el modelo productivo de los países más ricos. Revertir el cambio climático implica combatir la pobreza, y viceversa. El hombre y el ambiente inseparables son creación de Dios. El nos puso en el jardín para que lo cultivemos y lo cuidemos.
Decía Joseph Stiglitz en un reportaje: "Si tuviéramos mil planetas podríamos seguir con este modelo de producción en este plantea y ver si resulta. Si nos equivocamos, como cree el 99,9% de los científicos, podemos pasar al planeta de al lado y listo. Pero no tenemos esa elección".
Tras la caída del Muro, no todo ha sido beneficio para los países del Este y tampoco para los del Sur. Entramos en la dinámica producción-consumo occidental y se zanjó la herida mortal del calentamiento terrestre para el planeta y para su gente. Con dolor para muchos, otros muros y abismos se profundizaron como divisiones infranqueables. La frontera entre Estados Unidos y México, entre Israel y Palestina son ejemplos de que hoy los capitales y los intereses pueden circular sin fronteras, pero las personas, no. Pero es el muro de la arrogante ignorancia el peor de los ejemplos, que no deja ver la verdad de los hechos. Publicado en La Nación.El autor es obispo de Gualeguaychú; miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.